Sin embargo, y a pesar de todos los factores anteriores,
la Revolución industrial no hubiese podido prosperar sin el concurso y el
desarrollo de los transportes, que llevarán las mercancías producidas en la
fábrica hasta los mercados donde se consumían.
Estos nuevos transportes se hacen necesarios no sólo en
el comercio interior, sino también en el comercio internacional, ya que en esta
época se crean los grandes mercados nacionales e internacionales. El comercio
internacional se liberaliza, sobre todo tras el Tratado
de Utrecht (1713) que liberaliza las relaciones comerciales de
Inglaterra, y otros países europeos, con la América española. Se termina con
las compañías privilegiadas y con el proteccionismo económico; y se aboga por
una política imperialista y la eliminación de los privilegios gremiales.
Además, se desamortizan las tierras eclesiásticas, señoriales y comunales, para
poner en el mercado nuevas tierras y crear un nuevo concepto de propiedad. La
Revolución industrial generó también un ensanchamiento de los mercados
extranjeros y una nueva división
internacional del trabajo (DIT).
Los nuevos mercados se conquistaron mediante el abaratamiento de los productos
hechos con la máquina, por los nuevos sistemas de transporte y la apertura de
vías de comunicación, así como también, mediante una política expansionista.
El Reino Unido
Hacia una economia industrial fue
el primero que llevó a cabo toda una serie de transformaciones que la colocaron
a la cabeza de todos los países del mundo. Los cambios en la agricultura, en la
población, en los transportes, en la tecnología y en las industrias,
favorecieron un desarrollo industrial. La industria textil algodonera fue el
sector líder de la industrialización y la base de la acumulación de capital que
abrirá paso, en una segunda fase, a la siderurgia y al ferrocarril.
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